"En los años 90 no se nos permitía vender nada en mi casa. Mi papá y mi abuelo eran los únicos que ganaban algo de dinero. Todo se volvió muy caro, no había nada que comprar ni nada que comer. Recuerdo que cuando nació mi hermana, hubo cortes de luz. A veces nos quedábamos sin electricidad entre ocho y dieciséis horas al día. Mi hermana nació en junio, hacía muchísimo calor. Recuerdo que teníamos que turnarnos para abanicarla por la tarde y por la noche, porque la pobre no podía dormir. (…) Así que tengo el Período Especial conectado mucho con mi hermana. Siempre sentí que tenía que protegerla. Y fue difícil protegerla. De todo. (…) Cuando tienes a alguien a quien amas, intentas darle todo, o al menos quieres, y no fue posible. Puedo comparar cuántos juguetes tenía yo y cuantos tenía ella, ella no tenía casi nada, jugaba con ollas y cucharas y lo que había en casa. Son las pequeñeces, las que empiezan a doler, especialmente cuando te das cuenta, cuando eres un poco mayor, de lo difícil que fue todo. Recuerdo que mi madre tenía que cocinar con carbón, no había electricidad. En la República Checa suena bello, hacemos barbacoas en verano, pero cuando es una necesidad y cuando tienes las manos negras, la ropa negra y las cacerolas negras, porque es la única opción... Recuerdo que también tenía que hervir pañales sobre carbón. Y gracias a Dios teníamos carbón. Pero no había jabón. Recuerdo que un jabón de lavar, uno muy básico, costaba en aquella época hasta 120 pesos cubanos, casi 120 coronas checas".
"Mi invento para Cuba sería una máquina que borrara todo eso. No todo lo malo, pero que borrara todas las heridas históricas que hay en la gente. Y que, en caso de que Cuba cambiara hoy, tomarían muchísimos años en recuperarse. Esas heridas que hay en la gente... Yo inventaría una máquina que sería capaz de borrar todas las heridas psicológicas que hay en la gente. A veces todavía lo veo en la población checa, cómo el comunismo todavía sigue en la gente, en la forma en que se comportan, cómo todavía perdura, después de treinta o más años. Y los checos vivieron un período de comunismo mucho más corto que los cubanos. Hagamos cálculos: incluso si se produjera un cambio en Cuba ahora mismo, se necesitarían más de treinta o cuarenta años de generaciones de dolor. Así que si inventara una máquina así, sería perfectamente feliz. Porque llevará tiempo, y ese es el mayor dolor. Yo inventaría aquella máquina, porque sin las heridas y el dolor, Cuba podría rápidamente valerse por sí misma. Los cubanos somos... Somos inteligentes, trabajadores y con las condiciones adecuadas podríamos reconstruir Cuba y convertirla en un país hermoso. Un país al cual me encantaría volver".
"La casa donde vivía mi abuela estaba decorada únicamente con retratos de los principales héroes y personalidades de la Revolución Cubana. Teníamos retratos enormes de Fidel Castro, Raúl Castro, Camilo Cienfuegos, Che Guevara… Una vez, en una fiesta familiar, a un primo bromista, se le ocurrió esconder una foto de Camilo Cienfuegos debajo de la cama. Cuando la abuela se dio cuenta de que faltaba el cuadro, sacó su machete y empezó a gritar que apareciera el cuadro de inmediato. Eso es lo que ella creía. Aquellos fueron los últimos años de su vida. Ella creía completamente en la Revolución, hasta su muerte. Con machete en mano. De hecho, es una imagen típica de un guerrero de pueblo en el campo cubano."
"Tengo una pequeña historia que cuenta cómo es cuando te encuentras con el capitalismo, algo diferente a lo que has conocido toda tu vida. Y me pasó dos veces. Una vez, porque necesitaba etiquetas para la exposición. La exposición de 2011 tuvo lugar en Praga, en la Galería Nacional. Y a poca distancia de la Galería Nacional, en la calle Veletržní, había una fotocopiadora, necesitaba imprimir etiquetas. ¡Y qué sencillo, rápido, barato y accesible era! ¡Lo que permitió que el trabajo saliera bien! Estuve allí, lo imprimí, me fui y allí tuve la última crisis. Por lo que digo: sencillo, accesible, barato. Porque en Cuba, creo que todos los cubanos que vivimos allí al menos unos años de adultos o principalmente en la vida laboral, tenemos un código genético de que todo es difícil. Y que hay que poner mucho empeño para conseguir cualquier cosa. Quiere decir - conseguir comida. O ir a algún lugar en transporte público. O conseguir materiales para tu trabajo. Construir algo. Arreglar algo. Todo cuesta mucha fuerza, tanto física como mental. Esa fue la primera crisis, cuando [en Praga] todo era tan sencillo. Es meramente simbólico. Para algunos puede que no signifique nada en absoluto. Pero para mí significó quedarme en la calle, sin saber qué hacer. Y quizás lo segundo es algo más materialista. Otro día de mi estancia en Praga, también tuve una crisis existencial, probablemente por todo lo que viví, por lo que me rodeaba. Recuerdo haber comprado una caja de jugo. Me bebí un litro, y la depresión desapareció. Y me di cuenta de que tener algunas cosas sencillas es importante principalmente para la salud mental. Esas son las dos cosas que se me juntaron en aquel 2011. Pero fue un disparo a quemarropa. No pasó nada más en mí, ni siquiera pensé en emigrar en ese momento, probablemente tenía muchas ganas de regresar a casa y compartir todo lo que aprendí, todo lo que vi, todos los contactos que hice en la Cuadrienal de Praga. Pensé que los compartiría, las cosas funcionarían, se pondrían interesantes. Pensé que cambiaría al menos un poco la realidad, el teatro, la escenografía de mi país. Pero no salió nada, aunque lo intenté, es decir, después de regresar a Cuba. Después de esas experiencias. A nadie le importaba en absoluto lo que pasó [en Praga] y por qué pasó. Un festival que significó tanto para mí en ese momento. Fue un auge tan grande en mi carrera de curador de escenografía, pero me di cuenta de que nada cambiaría desde el punto de vista profesional. Si llegué a tal colmo, punto máximo laboral, y no pasaba nada, entonces pensé que algo no estaba del todo bien. Pero volví a Cuba, no pensé en emigrar en ese momento. Después de eso, viví durante los siguientes cuatro años repasando los vívidos recuerdos de lo que experimenté en la Cuadrienal de Praga".
Sueño con inventar una máquina que libere al pueblo cubano de sus recuerdos dolorosos
Geanny García Delgado nació el 2 de diciembre de 1984 en el pueblo de Güines, Cuba, aproximadamente a 50 kilómetros de La Habana. Su abuela fue una figura destacada del Comité de Defensa de la Revolución y gobernó con mano firme en casa de acuerdo con los ideales de la Revolución Cubana. En los años 1988-1995, Geanny asistió a la escuela primaria Héroes de Girón y en los años 1995-1998 a la escuela secundaria ESBU (Escuela Secundaria Básica Urbana) Juan Borrel. Finalizó sus estudios de bachillerato en el año 2001 en el internado rural IPVC Instituto Preuniversitario Vocacional – Melena del Sur, e ingresó al servicio militar obligatorio. En 2002 cumplió su primer sueño y comenzó a estudiar escenografía en la Universidad de las Artes de La Habana. Después de graduarse, ingresó a la Galería Raúl Oliva bajo la tutoría de Jesús Ruiz, donde permaneció hasta su emigración a la República Checa. En 2011, fue seleccionado como curador de la delegación nacional cubana en la Cuadrienal de Escenografía y Espacio Teatral de Praga, donde presentó su trabajo sobre generaciones de escenógrafos cubanos. Su estancia en Praga supuso para él un punto de inflexión, y cuando al regresar a Cuba se dio cuenta de que a pesar de todos sus esfuerzos, nada cambiaría en su vida profesional, decidió preparar la última exposición cubana bajo el nombre de „Zona de Peligro“ para el próxima Cuadrienal en 2015, y tras su realización emigrar a la República Checa. Hoy vive en Chrudim y trabaja en el Museo de las Marionetas. Habla checo a la perfección, encontró en la República Checa su „zona segura“ y se refiere a Praga como „La Habana número 2“.