“Con el tema de la revista pasó algo muy curioso, y es que en un momento empecé a autocensurarme porque yo quería poner cosas en blanco y negro que sabía que me iban a traer problemas. Empecé a escribir y mucha gente se acercó a mí y me dijo: ‘oye, ojo, porque esto lo estás mandando por correo, la gente lo está haciendo circular, esto llega a gente’. Fue muy bueno porque también llegó a gente fuera de Cuba que me empezaron a escribir, exiliados de aquí [España] que me dijeron ‘me gusta tu revista, vamos a invitarte a que publiques aquí y tal’ y algunas que otras cosas publiqué fuera de Cuba en revistas digitales. Pero claro, también está eso latente, está la autocensura, está el ‘no voy a escribir esto, no voy a publicar sobre esto, porque estoy empezando a meterme en un terreno complicado’. Y yo realmente en medio de mi ingenuidad con 26 años lo veía de un modo bastante sencillo, yo no conocía realmente lo que eso podía implicar, lo que ahora puede implicar para alguien escribir de modo independiente… En Cuba los medios son oficiales y todo lo que hay es oficial. Tú puedes tener cosas alternativas mientras no sean un ruido para el sistema; una vez que sean un ruido para el sistema a ti te pueden tocar la puerta, y mi pareja me lo decía, me decía ‘si te sigues metiendo en escribir en temas sobre todo de ensayos y de cosas críticas y de cosas que se salen de lo que está establecido, un día nos tocan la puerta y se llevan el ordenador’. Nosotros pensábamos así, igual podría haber sido peor, pero era lo que pensábamos”.
“Hay un contraste muy grande entre lo que es un preuniversitario estándar, rígido, despersonalizado, y lo que es una escuela de arte. Yo viví las dos cosas, y además tengo muchos amigos que vivieron otras escuelas de arte y las experiencias que tienen. Cómo un adolescente puede convertirse en un adulto con valores, con cultura, con un background, con que le guste ir al cine, al ballet, a una biblioteca a leerse un libro, que esos son casi siempre los perfiles de los estudiantes de arte porque lo viven. Mi pareja, por ejemplo, también estudió artes plásticas, y estudió en la escuela de Camagüey, donde se juntaban las bailarinas, los músicos y los plásticos. Mi pareja tiene un conocimiento de la música, un gusto por cosas de ballet que yo no tengo porque no tuve esa formación, y todo eso te lo da ese tipo de enseñanza, una enseñanza que era bastante completa. Teníamos incluso hasta profesores rusos que eran muy buenos con el tema del dibujo y aprendías un montón. Claro, hay una cosa también, y es que el otro tipo de enseñanza [preuniversitario] estaba hecha para encapsular a un tipo de niño que terminaba siguiendo un guion, para después en la Universidad continuarlo. Y esos son los niños que después tienen que estar afiliados a la juventud, a la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba. Te obligan a seguir esa ruta. En la escuela de arte no, en la escuela de arte estaba hasta mal visto el que era de la Juventud: ‘mira ese es el de la Juventud’, te alejabas. Entonces, hay una gran diferencia y eso me ayudó mucho a ser quien yo soy hoy”.
“Pues tuve que ingresar en el preuniversitario que en aquella época era en el campo. En mi época, cuando yo tenía 15 años, todos los preuniversitarios eran en el campo. Eso ya hoy a desaparecido, pero en esa época si no estudiabas en un preuniversitario en el campo no estudiabas, porque si no, tenías que ir a una escuela de arte, que era difícil entrar, o estudiar deporte, que eran las otras escuelas que estaban en la ciudad. Y había quizás algún preuniversitario para privilegiados, casi siempre hijos de Papá y Mamá, que estaba en la ciudad. Todos los demás teníamos que ir a la escuela en el campo, que consistía en trabajo por la mañana o por la tarde, trabajo en el campo, con 16 años, que era muy fuerte, y luego las clases por la tarde, y te quedabas a dormir allí toda la semana y sólo el fin de semana ibas a tu casa. Yo estuve así un año, y ese fue ya el mazazo completo para decir ‘yo esto no lo quiero, esto no puede estar bien’. Yo no entendía el sistema, mi madre no me lo iba a explicar, pero yo entendía que aquello no podía estar bien. Que un sistema que te aleja con 15 años, siendo un menor, de tu casa, para de alguna manera imponerte sus normas, y controlarte ideológicamente y separarte de tu hogar, no podía estar bien”.
“Lo que es ya la transición a la adolescencia, pues recuerdo que las cosas ya no estaban tan bien. Cosas muy sencillas y elementales que recuerda un niño: cómo con 9 años te daban en la escuela de merienda un refresco embotellado y un dulce, y cómo con 12 años eso había desaparecido, y si no llevabas tú de tu casa alguna cosa, pues no merendabas. Y luego, la transición a la secundaria, lo que es la enseñanza ya en la adolescencia, pues ahí las diferencias siguieron marcándose más. Entonces también necesitabas tener X dinero para poder ir a una fiesta, o para la ropa que te comprabas. Veías que tenías amigos que les mandaban cosas de fuera, porque tenían familia, y tenían mejor ropa que tú, que tenías que ver cómo tu madre hacía para comprarla, aun siendo mi madre una persona con un buen trabajo, porque era directora de una clínica dental. Y esa diferencia ya se marcó totalmente en los 90, cuando empezó el Periodo Especial, y yo en medio de la adolescencia, había una crisis alimenticia bastante fuerte y aunque mi madre seguía teniendo un buen trabajo comíamos tan mal como cualquier otra familia. Ahí tú te dabas cuenta, aunque no entendías muy bien qué estaba pasando, de que el sistema había colapsado”.
Los que estamos fuera tenemos que hacer nuestra parte para que los que están dentro no sean olvidados
Lien Carrazana nació en 1980 en La Habana, pero se crio en Santa Clara, donde tuvo una infancia feliz y acomodada. En los años 90, con el Periodo Especial, empezó a percibir la escasez y la inoperancia del sistema. Después de un duro año de preuniversitario en el campo consiguió ingresar en la escuela de artes plásticas de Trinidad, donde vivió un ambiente de independencia y libertad que le ayudó a mirar más allá de lo que había vivido hasta entonces. Recién graduada, trabajó durante cinco años en la galería Luz y Oficios, en La Habana Vieja, hasta que se chocó con las estructuras de poder del régimen y decidió no volver a trabajar para las instituciones. Desde ese momento sobrevivió como diseñadora freelance y fundó la revista La caja de la china. Sin embargo, en 2007 viajó a España para participar en una exposición y ya no regresó a Cuba. En 2009 participó en la fundación del periódico digital Diario de Cuba, donde continúa trabajando hoy en día.